La facultad humana de pensamiento complejo tiene una cara b que se llama contradicción. Cuanto más nos alejamos de la norma del instinto, también lo hacemos de un mundo de certezas. El manejo constante de la incertidumbre produce, tarde o temprano, contradicción. Actuar en contra del instinto de supervivencia, por ejemplo, no es una contradicción, es una tara o un fracaso vital. Actuar en contra de alguna directriz razonada que hemos asumido, es contradicción. Y no hay nada más lógico que caer en ella. Siempre va a pasar. No siempre, perdón, pero sí va a pasar. Lo mismo que le pasó al Deportivo Zarcolense -un equipo ganador-, cuando el BolaReal le metió 7 goles en la copa de San Marcial, en las fiestas de Uribe. Por cierto, estos equipos ya no existen, pero sus porterías aguantan imperturbables las inclemencias del tiempo hincadas en un terreno con hierba salvaje, tierra y charcos en el que nadie da una patada a un esférico desde hace 32 años y siete meses.
Los acolchados han sido tradicionalmente cosas de ricos. Cosas de casas de ricos, para ser exactos. Hasta hace nada. Hoy todos caminamos por la calle perfectamente guateados, como si fuéramos un chester o el exterior de un colchón viscoelástico.
Esta contradicción entre el confort de lo mullido y la testaruda resistencia está en el espíritu de mi trabajo. También en la oposición entre la vertiente de élite y glamour de los deportes de masas y el costado rudo y áspero de su aspecto popular, en el sentido de “perteneciente al pueblo”. También en la utilización de la acuarela -asociada casi siempre a lo leve y transparente- como técnica rotunda, árida incluso.
El arte siempre se inclina hacia las incertidumbres, y, por tanto, hacia las contradicciones.
